Siempre me han llamado mucho la atención las possessions mallorquinas por ese “sabor” a antiguo e historia que esconden tras sus muros. Si esas paredes hablasen… la de historias que nos contarían.
Antes de hablar de cualquier decoración mallorquina me parece muy interesante echar la vista atrás y conocer lo que fueron y lo que son hoy en día las “casas” más antiguas y con mayor tradición que tenemos.
Empecemos con un poco de historia y sobre todo “cosas curiosas” sobre las possessions y la vida que discurría en ellas.
Las possessions mallorquinas eran grandes fincas, con zonas de vivienda y otras dependencias, aisladas en el campo y dedicadas a la explotación agrícola- ganadera. Durante siglos fueron una pieza clave en la economía de la Part Forana, eran una auténtica unidad de producción autosuficiente.
El sistema de explotación tiene su origen, en muchos casos, en la época del Repartiment, tras la conquista de la isla de Mallorca por parte del rey Jaime I de Aragón a los musulmanes entre 1228 y 1231. Tras la misma, se donaron casas y terrenos a los nobles aragoneses, catalanes y en definitiva a todos los que participaron en la cruzada.
Todas las posesiones mallorquinas reciben un nombre, Son Puig, Son Marroig… Generalmente se compone por la partícula Son (la propiedad de), seguida del apellido del propietario de la posesión en el momento en que se fijó el nombre. En los casos en que la finca es pequeña, es frecuente que en lugar del apellido se utilice un malnom o apodo: Son Barbut, Son Panxeta o Son Marrano. También puede darse el caso en que el nombre vaya precedido por Can y Bini, que significan «casa de»
En lo que seguro que muchos mallorquines nunca han caído es, que lo que hoy son hospitales (Son Espases, Son Dureta), polígonos industriales (Son Castelló, Son Oms) o aeropuertos (Son Bonet, Son San Juan), deben sus nombres a las Possessions que en su día estuvieron en esos mismos terrenos.
Los propietarios de las possessions eran conocidos como Senyors. Estos alquilaban las possessions a los amos, que explotaban la tierra con trabajadores llegados de pueblos cercanos, especializados para las diferentes labores. La esposa del amo era la madona, que tenía una función organizativa en la jerarquía de la posesión; solía trabajar en la cocina o como ama de llaves
De la misma manera, podíamos encontrar a los tafoners, responsables de la producción de aceite, los temporers, encargados de recoger la cosecha en cada temporada, los calciners que producían la cal, los porquers responsables de la ganadería porcina, los carboners que producían el carbón o los marjadors, tan necesarios para levantar los característicos muros de piedra seca, que limitan principalmente la abrupta orografía de la Serra de Tramuntana en el norte de la isla, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO.
Las cases de possessió se distribuían alrededor de un gran patio interior a cielo abierto, más parecido a una pequeña plaza, llamado clastra y se dividían en diferentes tipologías según su función: la casa del senyor o de los amos (de mayor confort y calidad constructiva), la tafona (almazara donde se producía el aceite), la capella (capilla), el celler (la bodega), las torres de vigía o los molinos.
La mayoría de ellas son una parte destacada de las posesiones de Mallorca, ya que no sólo eran utilizadas como espacio destinado al trabajo comunitario y al ocio de sus habitantes sino que además servía como ente organizador del recinto.
Actualmente en algunas de ellas se conservan elementos característicos, como son las cisternas para el agua de lluvia, el banco de piedra adosado a la pared, el pozo en el centro del patio o los relojes de sol, que les hacen mantener ese sabor tan tradicional.
Aunque las fachadas de les cases de possessió son austeras y habitualmente construidas con mampostería de ripio, las destinadas a los senyors poseían sencillos elementos ornamentales que denotaban su carácter: ventanas de mayor tamaño con o sin recercados labrados, balcones, entradas con escaleras, galerías porticadas y, a veces, los escudos de armas sobre el acceso a la vivienda. Los acabados de las fachadas del resto de edificios eran mucho más sencillos.
En cuanto a la distribución de las viviendas, suele constar de una zona principal, más amplia que el resto, de hasta tres plantas. En la planta baja, estaba la casa del amo, la cocina y el comedor, además de una serie de habitaciones para que pernoctaran los trabajadores. Todo el segundo piso del edificio estaba formaba por la casa del señor, estaba reservado a los propietarios y solía accederse a el por medio de una escalera situada en el patio. En ocasiones contaba con grandes ventanales y, a partir del siglo XVIII, para dar un aspecto más señorial, terrazas, balcones y galerías de arcadas. En caso de que hubiese una tercera planta, comúnmente conocida como porxo, solía destinarse a almacén o a residencia para el servicio femenino de la casa; normalmente las mujeres eran separadas del servicio masculino para evitar que mantuvieran relaciones entre sí.
En el interior de los inmuebles era donde se apreciaba la evidente diferencia de clases sociales que rigió durante tantos siglos en la sociedad mallorquina. El lujo era la norma en los salones y recibidores, también en las habitaciones privadas de los senyors, de los invitados y de sus hijos, así como en la capilla y continuaba por el resto de la casa, que solía contar con cocinas separadas para los senyors y los trabajadores del campo. El contar con bellos jardines fue otra aportación de la época que ayudó a embellecer aún más las residencias de los terratenientes
Las habitaciones del amo y de la madona a pesar de ser austeras, aún contaban con algún mobiliario. Los alojamientos de los trabajadores eran básicos, pues aparte de los colchones rellenos de paja y armarios para sus enseres, poco más tenían que alguna jofaina con su soporte para asearse, bancos y mesas para comer. Lo normal era que los mozos de las caballerizas durmieran en los establos junto a las bestias, los temporeros se alojaran en barracones dotados de colchones de paja y hogares con lumbre u hornillos para cocinar.
La cocina es otro elemento característico y tradicional de las casas antiguas mallorquinas.
Estaba compuesta por una gran chimenea de obra situada en el centro. A su alrededor, el suelo, estaba compuesto por un empedrado que facilitaba su limpieza. Era común que se colocasen bancos para marcar los límites del espacio hogareño.
A lo largo de los siglos, no solo se cocinaba, si no que la vida discurría alrededor del fuego. Cuando llegó la cocina de carbón (mucho más económica) provocó una alteración de la organización. Sin embargo, la chimenea siguió ocupando un lugar muy importante en la casa de los amos, es por ello que aún hoy se conserva en muchas de las cocinas tradicionales de las posesiones de la isla.
Entre los elementos de la cocina cabe hacer mención además a las pilas de piedra, el horno de pan así como una larga mesa en la que comían los trabajadores y que completaba el conjunto.
La capilla es curioso encontrarla todavía en gran parte de las posesiones mallorquinas, especialmente en las más antiguas. Su presencia se debe al aislamiento que tenían las posesiones respecto a los núcleos urbanos, así como a la voluntad de los propietarios de exaltar su riqueza. Tener un lugar propio donde rendir culto era símbolo de poder dentro de la sociedad.
A continuación os cuento algunas historias curiosas sobre la vida doméstica que llevaban las gentes de aquella época y que nos ayudarán a entender la organización de sus viviendas en función de las necesidades que tenían.
Las posesiones que se encuentran a lo largo de Mallorca representan el símbolo de un sistema social y económico característico del antiguo régimen. Debido a la rudeza de sus tierras, la actividad agrícola era bastante básica, olivos, algarrobos, almendros y cereales. La ganadería consistía mayoritariamente en ovejas y cabras.
Hasta mediados del siglo XX, las viviendas no dispusieron de servicios higiénicos mínimos. Los señores contaban con un rudimentario retrete que solía desembocar en las higueras chumbas que se encontraban junto al campo de las viviendas. El servicio solo podía ser utilizado por los propietarios cuando en sus días de visita lo precisaban, pero no por los payeses (campesinos), excepto en contadas ocasiones con la autorización de los señores, al encontrarse enfermos. Las necesidades de los payeses se llevaban a cabo en «es figueral de moro» (el campo de chumberas) en verano, invierno, día o noche.
El autoabastecimiento marcaba la vida doméstica con los productos obtenidos del propio huerto como: verduras, hortalizas, carne de las aves de corral y leche de ovejas o cabras. Pocas familias podían tener una vaca, pero todas ellas solían comer embutidos de cerdo procedentes de las matanzas que hacían cada año. Mataban un cerdo que engordaban para uso personal y otro que se vendía. Los menús habituales consistían en platos elaborados con las materias primas más asequibles, como el pa amb oli (pan con aceite), las sopes (sopas escaldadas), el frit mallorqui (fritura de patatas con hígado, pimientos e hinojo) y otros platos de la denominada «comida pobre» en la que verduras y cereales eran sus principales ingredientes.
Cada familia solía fabricarse su propio jabón con las cenizas que obtenían quemando cáscaras de almendra, con la cual elaboraban lejía virgen. Sus habitantes se desplazaban frecuentemente a la capital y a los pueblos vecinos mediante carros y posteriormente en un autobús al que llamaban es correu (el correo).
La posesión mallorquina tuvo una importante función en la sociedad, en la economía y en la cultura insular hasta mediados del siglo XX, cuando el desarrollo del turismo propició su abandono.
En la actualidad debido al auge del turismo rural, muchas posesiones mallorquinas se han adaptado al ramo de la hostelería como alojamientos o restauración, otras como centros culturales o museos.
Sólo algunas posesiones, de propiedad privada, han sido restauradas como vivienda, habitualmente como segunda residencia.